Con los ojos más abiertos que nunca, Victoria Mackinnon caminó por el muelle mientras observaba al detalle cada uno de esos botes que parecían salidos de un cuento. “Charata”, apodo que luego conocería todo el país, se juró regresar al sábado siguiente. Y al otro. Y al otro. Y siempre. Tenía sólo 8
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