El 11 de agosto de 2014, el genio que hizo reír a medio mundo decidió decir basta. Tenía la convección de que había perdido la larga batalla contra sus males: la depresión, el alcohol, la cocaína. No era así. Le había diagnosticado Parkinson, pero era otro el extraño mal que lo devastaba. Tres días después de su muerte, su viuda contó el calvario final.
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