En cada concierto, Vicente Fernández entusiasmaba al público: “Mientras ustedes aplaudan, yo sigo cantando”, decía. La gente le tomaba la palabra y palmeaban hasta prolongar el espectáculo por cuatro o cinco horas. Esa era una de las marcas registradas del “Chente”, el apodo con que se conocía en México. También le decían El Charro de.
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