Llegamos al restaurante y la primera impresión que me causó fue tan asombrosa que no me alcanzaban los ojos para mirar tantos detalles colocados con tanta precisión. Un hombre de unos 55 años vino a recibirnos. Adelante, están en su casa, pueden sentarse donde gusten, nos dijo. Le estreché la mano, le agradecí, y por su “pinta” deduje que era el dueño. ¿Usted es el dueño?, pregunté. Y me respondió: el dueño es usted.
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